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Un punto, un alquimista aficionado y muchas dudas.

Decía Preciado, entrenador del Sporting de Gijón, en la previa de su partido contra el Atleti en el Calderón lo siguiente: “Recuerdo que fuimos al Calderón el año pasado después de ganar dos títulos y nos enchufaron cuatro. Parecía que iban a ser campeones de todo y luego no fue así."

Las urgencias esta noche eran máximas. Tanto para el equipo de casa como para el visitante. El Granada luchaba para salir de los puestos de descenso y el Atlético de Madrid para no perder el tren de la Champions. La primera parte fue un desastre de los de Manzano, mostrandose su 4-3-3 bastante ineficiente, con más jugadores por detrás del balón que por delante, debido al temido trivote del Jiennense. Podríamos hablar de virus Fifa, pero no lo vamos a hacer, porque eso es algo que el entrenador debe tener en cuenta y actuar en consecuencia. Si Falcao no estaba para jugar los 90 minutos menos aún lo estaba para jugar como única referencia arriba, dependiendo de las inexistentes llegadas desde atrás por parte de lo mas ofensivo (más bien inofensivo) del triple pivote formado por Mario Súarez, Tiago y Gabi. Los dos primeros fueron simples caricaturas de futbolista los minutos que permanecieron sobre el campo. De está "formidable" tripleta, de la que sólo se salvó Gabi y porque el nivel medio de hoy de  los colchoneros fue paupérrimo, tampoco vimos ningún alarde en labores defensivas. Siendo los huecos, la descoordinación en las ayudas y las nulas recuperaciones tónica habitual en la primera parte. Dominó el Granada, tuvo bastantes posibilidades para anotar y los del Manzanares apenas daban pie con bola.

Los primeros minutos de la segunda parte se escribieron con el mismo guión hasta que el cuerpo ténico del Atlético tuvo un ataque de obviedad y comprendió lo evidente. Que Radamel Falcao estaba cansado y bastante solo, que únicamente dos jugadores por delante del balón no bastaban para generar peligro, que Diego no tenía a quien pasar ya que de once, ocho de sus compañeros eran de corte conservador, y que los restantes, los ofensivos, estaban uno cansado debido a su compromiso internacional y el otro en la luna de Valencia (cosa habitual en José Antonio Reyes, quitando la temporada y media de Quique Sánchez Flores). Salieron del campo Mario Suárez y Tiago, campo que nunca tuvieron que pisar, y entraron Assunçao y Adrián, formando una especia de híbrido entre un 4-2-3-1 y un 4-2-1-3. Y más le hubiera valido a Don Gregorio haber salido de inicio con esta formación, ya que se mostró mucho más acertada para la ocasión. Se generó juego, se vieron detalles esperanzadores en Adrián y Pizzi (que fue el tercer cambio, sentando a un Tigre bastante cansado) y Diego encontró gente a su alrededor con la que poder entenderse. Pero ya era tarde y las prisas apremiaron. Siendo el empate el destino para la escuadra Colchonera. En favor de los Granadinos se puede decir que jugaron bien, con bastante velocidad y dando sensación de bloque. Que su portero, Roberto, salvó en varias ocasiones a su equipo, evitando la injusticia de su derrota. Pero un equipo que aspira a Champions debería haber doblegado esta noche a los andaluces. Y sobre todo: un entrenador con los mejores mimbres vistos en el Atlético de Madrid en los últimos años y con la mejor plantilla que podrá soñar con dirigir debería demostrar más temple, escuchar más la voz de lo notorio y dejar de lado su complejo de alquimista aficionado. Un equipo como el glorioso Club Atlético de Madrid debe salir en casa del Granada con, como mínimo, 4 jugadores ofensivos, arrebatar el balón al contrario y si nos ponemos tiquismiquis, un poco de huevos, que nunca vienen mal.

Se aleja el tren y la historia se repite. Cuanta razón tenías, Manolín, cuanta razón...

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